'Contra el rebaño digital' de Jaron Lanier

Todavía se me dibuja una sonrisa en los labios cuando recuerdo aquella escena de El dormilón. Cuando Woody Allen, tras descubrir que se ha pasado doscientos años durmiendo, suspira y explica apesadumbrado que, de haberse pasado todo ese tiempo yendo a terapia, ahora ya casi estaría curado. Casi. Y es que estamos condenados a arrostrar todos nuestros líos mentales de por vida, por mucho que acudamos al terapeuta o al confesor. Y si logramos arreglar uno de esos líos (sea lo que sea lo que signifique eso), entonces generaremos otros nudos, como al intentar desenredar el cable de unos auriculares que han permanecido demasiados días dentro de nuestro macuto. Con el advenimiento de la tecnología, enseguida saltaron a la palestra las voces agoreras que defenestran cualquier novedad (los mismos que, disfrazados de luditas, tiraban piedras a los telares mecánicos; los mismos que creían que el horno microondas producía cáncer). Dijeron que las nuevas tecnologías de la comunicación nos convertirían en seres alienados, apáticos y autistas. Aún me estoy riendo. Y es que las nuevas tecnologías han demostrado en un tiempo récord justo lo contrario: ahora nos comunicamos más con los demás, también quedamos más en persona con los demás, e incluso los mundos alternativos como los de Second Life o World of Warcraft se han revelado como estupendos terapeutas para arreglar nudos mentales.